Buenos días.
Enfrente de la puerta de casa tengo un laurel. Lo planté hace como 15 años, era apenas una varilla de dos palmos con cuatro hojas y ahora es una esfera de sus buenos 3 metros de diámetro, porque nunca he querido podarlo para darle forma y crece libre, fuerte y vigoroso. Lo puse para tenerlo a mano si alguna vez me hacían César de algo, pero ha sido mucho más útil para preparar escabeches, vinagretas y estofados, que no sabéis lo que ganan en sabor cuando el laurel en vez de estar seco está recién cogido de su rama.
Hace unos días, ya encerrados, me di cuenta de que una de sus ramas estaba muerta. No había pasado nunca y me extrañó, así que me interesé por ello. Enseguida vi la razón: una minúscula enredadera se había enroscado en esa rama hasta matarla. Corté la rama muerta y eliminé la enredadera y ahí sigue el laurel como si nada hubiera pasado.
Aunque por alguna razón nos empeñamos en creer y decir lo contrario, somos una sociedad estupenda. Una sociedad en la que la inmensa mayoría simplemente trata de salir adelante en la vida lo mejor posible. En la que para casi todo el mundo es más importante lo que une que lo que separa, lo que nos hace iguales que lo que nos diferencia, y en la que vivimos la diversidad más como riqueza que como problema.
Eso no impide que de vez en cuando se nos enrosque una enredadera en alguna rama y la seque y la mate. Está en la libertad de cada cual ser rama del laurel o enredadera: elegir entre la verdad, la solidaridad, la unión, el respeto y el amor, por un lado, o la mentira, el egoísmo, la división, el menosprecio y el odio, por el otro. Yo ya sé en qué lado está toda la gente que pasa por aquí. Y también sé que no es fácil porque, para qué negar lo obvio, a mí me cuesta muchísimo.
Cuidaos mucho y cuidad de vuestra gente. Se os quiere.
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