Buenos días.
El día que Mus llegó a casa nada más entrar se encontró con Arlín, ya muy viejecita y que abultaba la mitad que él. Arlín se acercó, se olieron un poco y de pronto Mus, con sus 40 kilazos, se aplastó completamente en el suelo frente a ella y no se movió hasta que ella le volvió a oler y se separó de él. Se convirtieron en inseparables, incluso cuando ella ya no podía ni caminar él hacía su vida pero de vez en cuando se acercaba a darle la lata un poco.
Unos meses después, un día al volver a casa Mus no me dejaba entrar. Me empujaba hacia la parte de atrás del jardín. Mosqueado le hice caso y fui adonde intentaba llevarme. Allí me encontré a Arlín, muertecita aunque aún no del todo fría. Me dolió mucho no haber podido acompañarla en su último viaje, pero supe que no había estado sola, que Mus había estado con ella.
Mus se marchó anoche a encontrarse con su amiga. Han sido dos semanas duras de verle cada vez más débil, apagándose poco a poco. Pero sin una queja, sin un mal gesto. Como se ha ido toda la gente de esta familia. Se ha ido conmigo a su lado acariciándole y diciéndole la verdad: que durante 14 años su presencia enorme ocupando toda la casa nos ha dado alegría y tranquilidad a todos aquí, que llegar y recibir en el pecho el golpe de sus patazas ha sido uno de los momentos especiales de cada día; que nunca podré agradecerle bastante que su nombre fuera la primera palabra que dijo Fernando, cuando nos decían que nunca podría hablar, y que no olvidaré que cuando he vuelto después de dejarle varios días solo jamás me ha demostrado otra cosa que alegría.
Como he dicho ya a algunas personas en privado, seguramente con la que está cayendo os parezca estúpido, y yo respetaré eso, pero no puedo decir otra cosa: estoy traspasado de dolor y tristeza. Para ellos somos sus dioses. Nos lo dan todo y no nos piden nada. Agradecen la caricia y la palabra y si saben que te han hecho enfadar sólo te miran esperando a que vuelvas a ponerles la mano en la cabeza.
Te voy a echar de menos, Mus, querido compañero.