Tarde de marzo.
Las sombras van invadiendo el salón
mientras sonidos estridentes atronan mis oídos.
En el horizonte infinito se recortan esforzadas siluetas
que interrumpen el bramido del viento.
Nadie a mi alrededor y sin embargo
siento la ineludible presencia de tu compañía
como una oración desencadenada
en las esquinas del alma ansiosa
de amaneceres sin cuentos ni rosas.
Hay un murmullo de hormigas caminantes
y desde la misma profundidad de los cielos
se inclinan, impías, miradas atenazadas
que exigen mares de piedra.
Todo está en su sitio y nada es lo que es,
o quizás nada está en su sitio pero todo es lo que es,
y quién sabe si mejor así.
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