Esta receta es sencilla de hacer aunque dé un poco de trabajo, y el resultado es simplemente espectacular. Y además sale por cuatro chavos, que en los tiempos que corren no es menos importante. Vamos a necesitar dos cebollas de buen tamaño, dos dientes de ajo, unos 800 gramos de salsa de tomate (yo la uso de tetrabrik de marca blanca de supermercado y queda muy bien), un kilo de carne picada (uso siempre mezcla de cerdo y ternera), una pastilla de caldo de carne, 32 láminas de lasaña precocida, 4 cucharadas soperas de harina, un litro de leche, un sobre grande de queso rallado (el que le guste a cada cual), cebolla seca en polvo, nuez moscada, aceite, sal, y orégano.
Para empezar ponemos al fuego a calentar una olla con un buen chorro de aceite. Mientras tanto pelamos las dos cebollas y las rallamos fino. Cuando el aceite está caliente echamos la cebolla con el agua que ha soltado y bajamos el fuego a dos tercios para que se haga despacito. Primero se evapora el agua y después se va haciendo, dando vueltas de vez en cuando, hasta que tiene un tacto como de mermelada. (Por cierto, si en este punto le echáis seis cucharadas soperas de azúcar y la misma cantidad de agua, bajáis el fuego y removéis suave durante un rato os sale una estupenda mermelada de cebolla. Pero volvamos a lo nuestro). Añadimos los ajos trinchados. Me he aficionado a meterlos sin pelar en el trinchador y darle fuerte, sale toda la pulpa del ajo sin la piel y ni siquiera hemos de remojarnos las manos después porque los restos que quedan en el trinchador se quitan con un cuchillo.
Dejamos que se haga un poco el ajo y echamos la carne. Cuidado con esto, hemos de desmenuzarla a cuchillo o con los dedos antes de echarla o nos saldrá una especie de hamburguesa gigante.
Removemos bien para que se mezcle todo, bajamos el fuego y tapamos la olla. Hay que darle unas vueltas de vez en cuando para que se haga por igual y la carne se deshaga. Cuando la carne ha cogido un color como grisáceo es el momento de echar la salsa de tomate.
Mezclamos bien, tapamos y cuando arranque a hervir echamos la pastilla de caldo y unas cuatro cucharadas de postre de orégano, y volvemos a tapar. Dejamos que se haga despacito, removiendo de vez en cuando y volviendo a tapar cada vez. En cuestión de 15 minutos la carne se habrá terminado de hacer, probamos y rectificamos de sal y mantenemos tapado a fuego bajo para que no pierda temperatura.
¿Y eso por qué? Pues porque necesitamos que esté caliente para montar la lasaña. Antes para hacer la lasaña había que organizar una cocción de las láminas de pasta, escurrir y dejar enfriar sobre un paño inmaculado... Ahora podemos usar tranquilamente láminas precocidas, que son adecuadas para cualquier lasaña que se monte en caliente y contenga líquido, o sea que fenomenal. Pintamos con un pincel de silicona y aceiye el fondo de la bandeja y ponemos una capa de láminas que cubra todo, o sea que se han de montar un poco entre ellas.
Sin quitar la olla del fuego ponemos la carne con tomate encima empezando por cubrir las uniones y después lo demás. Otra capa de láminas, otra capa de relleno. Vais a notar que al poner las láminas encima del relleno se arquean y comban por efecto del calor. Por eso hay que ir ligeritos y cubrir enseguida con el relleno, siempre empezando por tapar las uniones.
Repetimos la operación hasta que se nos acaba el relleno, que con las cantidades que os he puesto a mí me salen tres pisos de carne y cuatro de pasta. Pero el último piso de pasta no lo ponemos todavía.
Mientras la bandeja reposa, en la misma olla que hemos vaciado, sin limpiarla ni nada, echamos un buen chorro de aceite, lo calentamos un poco y echamos la harina. (¿Aceite, dices? Siempre había hecho la bechamel con mantequilla. Pues probad a hacerla con aceite, por favor. No es que sea mejor ni peor, simplemente es diferente.) Hay que remover enseguida porque queremos que la harina se haga sin quemarse. En dos minutos veremos que se ha formado una masa espesa y desagregada.
Sobre esa masa vamos echando la leche a chorro fino pero más o menos un vaso cada vez. Removemos todo el rato y vemos que se va formando una bechamel. Cada vez que espesa añadimos leche y vamos repitiendo el proceso. Además de un poco de sal, si queréis darle más sabor podéis echarle cebolla de esta seca de bote, sin manías. A mí me gusta ponerle un poquito de nuez moscada, pero muy poquito. El resultado de todo este proceso ha de ser una bechamel bastante líquida, pero sabrosa y aromática.
Ahora es el momento de poner encima de la lasaña la última capa de láminas y rápidamente regar todo con la bechamel. Va muy bien hacerlo con un cucharón sopero, pero cada cuál como le vaya mejor, lo importante es que quede todo muy bien cubierto. Y hay que hacerlo deprisa por lo que ya os he dicho antes de que se comban las láminas. Esos grumos que veis es harina tostada, ni se os ocurra quitarlos, al gratinar se funden y después están buenísimos.
Encima de todo esto ponemos el queso que hayamos elegido en la cantidad que nos guste. Y aquí otra vez mi opción es el aceite de oliva virgen, aunque el que prefiera mantequilla que lo haga así.
Con la parte de arriba del horno precalentada a 200 grados, metemos a media altura durante 15 minutos. Pasado el tiempo se mira, seguramente os apetecerá dejarlo 5 minutos más, porque un gratinado tiene que estar de ese color. Vamos, de este:
Y ya está. Se come recién hecha, se come recalentada, se come congelada y descongelada, ha de estar caliente pero aparte de eso lo acepta casi todo. Ya hablamos, si eso.
Tiene una pinta muy exquisita.
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