miércoles, 17 de octubre de 2012

Cuando nadie entiende nada es difícil entenderse



Desde muy pequeño me enseñaron, y quienes lo hicieron eran cualquier cosa menos unos peligrosos rojoseparatistas, que la mayor riqueza de España era su diversidad, y que España había sido grande cuando sin violentar esa diversidad se había lanzado a una tarea histórica de alcance mundial. Que quizás fue una casualidad, no lo sé, pero en términos de siglos XV, XVI y XVII, desde luego, era lo más grande que se podía hacer. Y lo podía haber hecho Portugal, o Francia, o Inglaterra, pero mira por dónde, las cosas van como van, le tocó a España hacerlo y no lo hizo nada mal, aunque como en toda obra humana hubo luces y sombras. Nunca he creído en esencialismos, cuando alguien habla de la esencia de lo español, o de lo catalán, o de lo moluqueño, se me escapa la risa floja. Tampoco me interesan nada los nacionalismos, sean de naciones grandes o de naciones pequeñas, reconocidas o sin reconocer. De hecho, me han preguntado muchas veces si creo que Cataluña es una nación, y mi respuesta siempre es: “define nación”. Porque este es un concepto muy peculiar, que vale lo mismo para un roto que para un descosido. Cuando Cervantes escribía que un personaje era “sevillano de nación” seguramente no quería decir lo mismo que cuando Tierno Galván empezó el Preámbulo de la Constitución con la expresión “La nación española”, y ninguno de los dos quería decir lo mismo que cuando Pujol, o quien sea, dice “Cataluña es una nación”.

Los tiempos son los que son, y ante un término tan ambiguo a uno sólo se le ocurre eso, “define nación”. Y mira, ya que estamos, tengo la convicción firme de que existe la nación española, en un sentido de realidad histórica, cultural, social y política, pero tampoco me cuesta nada aceptar que esa nación española, que lo es, tiene que ser la integración armoniosa de muchas realidades históricas, culturales, sociales y políticas, algunas de las cuáles también pueden sentirse a sí mismas como naciones. De todas maneras esto me interesa más bien poco, por no decir nada, porque con la idea de nación pasa como con las banderas: puede usarse para unir o para dividir. Puede decirse que Cataluña es una nación para expresar que no es España y puede decirse que sólo existe la nación española para que se enteren estos catalanes, coño, que ya está bien. Y claro, o al menos claro para mí, si el término nación se tiene que interpretar en el sentido excluyente y beligerante en el que hoy se emplea, por mí que lo borren del diccionario. Paso.

A mí lo que me pone son las patrias. Porque para ser patriota de una patria no necesitas renunciar a ser patriota de otras patrias. Una patria no es afirmar lo que soy frente a los demás, sino afirmar lo que soy con y para los demás. Mi patria empieza en la mujer con la que me gusta despertarme, sus hijos y los míos. Luego hay unos padres, unos hermanos, unos sobrinos: más patria. También están los amigos de aquí y de allá, con amistades nacidas de diferentes maneras, ninguna igual que otra, ninguna mejor que otra: patria también. Y los vecinos de nuestros pueblos. Y los de otros lugares por los que hemos ido pasando a lo largo de la vida, y que nos han hecho sentir que su casa era nuestra casa. Me gusta mucho la palabra inglesa para patria: homeland, la tierra que es mi hogar. Una patria es cualquier conjunto de personas con las que quiero tener algún tipo de compromiso, en cada caso el que sea. Puedo sentir como patria la humanidad, Europa, España, cualquiera de sus pueblos, Cataluña, mi pueblo, mi barrio. O aquel París en el que pasé tres meses de mi vida, o ese Pirineo al que he vuelto 30 años después y en el que pienso quedarme, unos ratos a este lado de la raya y otros al otro lado. Creo que el patriotismo, a diferencia del nacionalismo, es un sentimiento que no se agota por mucho que consumas. Y es que el patriotismo, para mí, es una forma de amor. Y aunque hay nacionalistas que son patriotas, también hay patriotas que no son nacionalistas y nacionalistas que no son patriotas.

Soy español por nacimiento, soy español por sentimiento y soy español por convicción. Otro accidente, claro, pero es lo que hay. Si hubiera nacido en otro sitio seguramente mi sentimiento y mi convicción serían otros, pero son los que son. He nacido en un sitio que se llama España, pero en cuyas monedas de hace apenas dos siglos a los reyes se les definía como Hispaniarum Rex, rey de las Españas. Encuentro que eran bastante más listos que nosotros, sabían que no había una España sino muchas. Porque parte de lo que nos está pasando es que parece que hay quien está empeñado en que sólo se puede ser español de una manera; hay también quien, como no se siente español, aprovecha la simpleza del otro para decir que si no le dejan ser español de una manera diferente prefiere dejar de serlo; pero donde yo escribo hay cada vez más gente que siempre se ha sentido cómoda en su identidad española pero empieza a dejar de estarlo, por una razón tan sencilla como esta: sentirse, con razón o sin ella, pero con sus razones, tratados con injusticia por el mero hecho de vivir en una determinada parte de España.

Lo del 11 de septiembre en Barcelona es que se han juntado el hambre con las ganas de comer. O dicho de otra manera: que unos hechos que son rigurosamente ciertos, y que sólo desde la ignorancia o la mentira consciente se pueden negar, han sido aprovechados por algunos para regar su plantita. Y como la gente empieza a estar hasta las narices de muchas cosas, se monta el cirio. Los hechos son hechos, lo que puede cambiar es la valoración que cada uno haga de ellos, o incluso las conclusiones que saque y la acción subsiguiente.

Hace unas semanas una persona de otro lugar de España me decía lamentándose: “fíjate, hemos estado una semana de vacaciones en Cataluña y hemos tenido que pagar en las autopistas”, y yo le contesté: “qué suerte tienes, tú las pagas una semana al año y yo en cambio las pago todos los días.” No se le había ocurrido. Le parecía lo más normal del mundo que donde vive tenga autopistas mejores que las de aquí sin pagarlas (bueno, las paga con sus impuestos, pero también con los míos, y es verdad que se llaman autovías, pero son mejores que las autopistas de pago de aquí, en general), y le parecía fatal tener que pagar las autopistas de Cataluña (ya sé que hay peajes en otros sitios de España, me ciño al caso real y concreto), pero no le parecía mal que yo pague las de aquí todos los días sin su ayuda y que también todos los días le ayude a pagar las que él usa sin pagarlas.

El 1 de agosto subieron los peajes de las autopistas. Resulta que tenían una subvención estatal del 10% para que no fueran tan caras. El gobierno central ha suprimido esa subvención por falta de recursos. Pero mantiene la subvención del 100% (son gratis, ¿no?; pero tienen costes de mantenimiento, ¿no? Pues eso es una subvención del 100%) para el resto de autopistas, las que llamamos autovías. Así que cada vez que voy de Barcelona a Lérida (o de Zaragoza, Sevilla, Valencia, Burgos… a Madrid), por una autovía del Estado tengo una subvención del 100%, pero cuando cojo una autopista privada no me pueden subvencionar el 10%. Y encima los que sólo las usan de vez en cuando se me quejan a mí, que las uso cada día. Mientras tanto el Estado se quedará las quebradas autopistas radiales de Madrid pagando una burrada para cubrir unas pérdidas que solo un inútil no podía prever. Jodó.

Hace unas semanas o así el presidente de Extremadura, que es una tierra que quiero de verdad, dijo la siguiente sandez: “Cataluña pide, Extremadura paga.” Pues no. Y además usted no puede alegar ignorancia, porque no es un jornalero, es el presidente de Extremadura. Usted sabe perfectamente que su Comunidad recibe del Estado central una financiación neta por habitante alrededor de los 2.200 euros al año, y sabe que el conjunto de los contribuyentes de Cataluña hacen una aportación neta por habitante de 1.600 euros al año, de la que sale en parte lo que usted administra. Me parece fenomenal y de justicia que así sea, porque yo quiero que los ciudadanos de su Comunidad tengan, en promedio, el mismo nivel de vida que los de la mía, y si para eso hay que aportar, se aporta. Pero usted, al decir eso, ha hecho dos cosas que están fatal: mentir a sus ciudadanos, que no saben que una parte de su calidad de vida se la pagamos entre todos, y sembrar en ellos esa manía a los catalanes que al parecer tanto rendimiento electoral produce, tristemente.

Luego el ministro de Hacienda presentó en el Congreso el proyecto de ley del fondo de disponibilidad, o como se llame. Previamente, preparación artillera, con la impagable colaboración de la mierda de prensa que padecemos: “Cataluña (y Valencia, y no sé cuántas más) pide el rescate.” Y el ministro: “Si Cataluña quiere el rescate tendrá que portarse bien” (esta no es literal, pero a Montoro se le entiende todo, menos cuando habla de Hacienda). ¿Y qué regula esa ley maravillosa que presentó Montoro? Fácil: cómo va a prestar el Estado a las Comunidades Autónomas un dinero que les debe desde hace dos años. A todas, ¿eh? no sólo a Cataluña. Así que yo te debo un pastón y lo que voy a hacer, en vez de pagarte lo que te debo, es ¡prestártelo! Las Comunidades que acudan al fondo pagarán intereses por recibir en préstamo un dinero que el Estado les debe desde hace dos años. El mes que viene cuando me llegue el recibo de la hipoteca voy a ver si cuela: iré a mi banco y les propondré que en vez de pagarles lo que les debo se lo presto y ellos me pagan intereses. Sospecho que no va a poder ser, pero por probar…

De todo el gasto del Estado central, hacia el 65% son pensiones y desempleo, es decir, prestaciones sobre las que el margen de decisión política a corto plazo es escaso. Si se descuenta este gasto, las Comunidades gestionan alrededor del 55% del gasto público. Lógico, porque son las que prestan los servicios más costosos y universales: sanidad, educación y asistencia social, que también son los que con más dureza están sufriendo los recortes. Hay que reducir el déficit público: vaaaale, supongamos que sí. Negociando con Bruselas se consigue que la cifra para este año sea un 1% mayor de la fijada. Tenemos que recortar 10.000 millones menos, qué alivio. ¿Cómo nos repartimos esos 10.000 millones de pequeño desahogo que nos han concedido? Sencillo: todo para el Estado central. Algo me hace pensar que esta decisión no es, ¿cómo decirlo?, un ejemplo de equidad.

Luego está eso de la lengua. Lo que le explicaba un cardenal a Juan Pablo II cuando en su primer viaje a España quiso visitar Montserrat por aquello de la Virgen Negra. “Los catalanes son una gente que vive al pie de los Pirineos, hablan raro y usan un extraño gorro rojo.” Con dos cojones, Eminencia. O eso otro tan gracioso de que cuando un político catalán, preguntado en Cataluña y en catalán, responde en catalán, suele haber alguien a quien le molesta, y cuando aparecen en la tele los subtítulos le llaman “el karaoke”. Por cierto, sería de interés preguntarse por qué se puede aprender el catalán en 60 universidades de Alemania pero sólo en 4 universidades españolas que no estén en Cataluña, la Comunidad Valenciana o las Islas Baleares. O por qué cuando en un acto oficial se interpreta el himno de Andalucía o el de Valencia o el de Galicia la gente se emociona (yo también, los encuentro preciosos los tres) y cuando se interpreta el de Cataluña siempre hay alguien que tuerce el morro.

Nuestra Constitución dice (más o menos, no me apetece buscar la cita exacta) que la diversidad lingüística de España es una riqueza de todos que hay que proteger, pero parece que todavía queda gente que no entiende eso, ni que en los territorios con dos lenguas es una exigencia de igualdad que todos los niños aprendan las dos: hay idiotas que lo plantean como una imposición y enfrente hay idiotas que lo ven como una imposición, pero la verdad es que es, repito, un imperativo de igualdad de oportunidades. Son demasiados los que no comprenden, aquí y allí, que el catalán no es la lengua de los catalanes, sino una lengua de todos los españoles que usamos sobre todo los catalanes pero que, insisto, es de todos. Y esta cerrazón no es patrimonio de la derecha, no: amigos míos muy progres no ocultan su irritación cuando algún amigo común pone en su facebook una frase tipo “jo penso que és una bona idea”, de inmediato, desabrido, aparece algo como “en castellano, para que lo entendamos todos.” ¿De verdad es tan difícil intuir que significa “yo pienso que es una buena idea”? Hombre, supongo que no es tan fácil saber que el tomillo se llama farigola, pero apuesto a que si un amigo inglés escribe “I think that it’s a good idea” nadie exige con malos modos una traducción.

Hay quien piensa que toda la movida esta de la independencia es por un asunto económico. Hace casi 80 años un político español al que difícilmente se podría considerar separatista dijo algo así: “El pueblo catalán es un pueblo profundamente sentimental.” También dijo que insultar a Cataluña era insultar a España, pero muchos de los que se dicen seguidores suyos seguramente se saltaron esa página. A mí esto del dinero me da una pereza tremenda. De verdad. Y a la mayoría de aquí también. No es por dinero: es por saber que mientras aquí estamos con un ajuste brutal porque no hay dinero para nada hay Comunidades en las que la ortodoncia es gratis. Por ejemplo. Hasta hace cuatro días, por decir algo, muy poca gente negaba aquí el principio de solidaridad: ganas más, aportas más. Pero ese principio no es el que se nos aplica, sino este otro: ganas más, aportas más y recibes menos. El déficit fiscal, que es un concepto técnico, se ha venido usando como argumento de negociación, pero nunca antes con el objetivo de reducirlo a cero. No hay ningún país del mundo con organización descentralizada en el que un territorio tenga un saldo negativo neto del 14% del PIB (como Baleares) o del 8% (Cataluña), ni como el que tienen Madrid o Valencia, aunque el caso de Madrid es aparte. Simplemente no lo hay y ya está, no es una opinión, es un dato contrastable. En general en Cataluña nunca se había pedido aportar menos, sólo se pedía recibir lo que tocaba. Los impuestos recaudados en Cataluña son el 22% del total, la población es el 16% y el gasto del Estado en Cataluña el 12%. Casi nadie pedía el retorno del 22%, pero es difícil entender que a un niño de la Comunidad X el gobierno le compre un lápiz y a mi hijo el mismo gobierno le compre medio lápiz. O que territorios que son receptores netos de fondos acaben teniendo una renta disponible per cápita más alta que los territorios de donde proceden los fondos que reciben.

Pero puestos a no entender, no se entiende que varios artículos del Estatuto de Cataluña sean recurridos al Constitucional y que la traducción literal de esos artículos que figura en el Estatuto de Andalucía no sea recurrida. O que no se permita que en el mismo Estatuto aparezca de ninguna manera, ni siquiera atenuada (podría haberse aludido al hecho cultural, por ejemplo), la referencia a un sentimiento que muchísimos catalanes comparten, y es que Cataluña, en cierto sentido, es una nación, lo cual, además, para nadie quería decir que no existe la nación española ni que Cataluña no forma parte de ella. (He escrito para nadie, y lo sostengo así: cuando se debatía el Estatuto el líder de ERC, a la sazón Joan Puigcercós, declaró lo siguiente: “podríamos empezar a hablar de que existe una nación con minúscula que forma parte de una Nación con mayúscula.” Puigcercós, sí; ese Puigcercós, claro.)

Podría hablar también de cosas tan incomprensibles como que una parte de los archivos de la Generalitat, que fue en su día y es hoy una institución del Estado, sigan estando en un Archivo en Salamanca bajo el concepto de “botín de guerra”. Duele, duele mucho. O de los 40 millones que no se tienen para hacer una vía de tren entre la nueva terminal de mercancías del puerto y la terrible línea de mercancías de que se dispone (vía única en un recorrido que tiene dos tercios de toda la actividad económica de España, casi nada), pero sí hay 4.000 y pico para un AVE a Galicia que será una máquina de perder dinero y un desastre para aquella tierra amada. O el disparate ese de priorizar el corredor central frente al del Mediterráneo, bajo el increíble supuesto de que los barcos que atracan o parten de Rotterdam para traer o llevar mercancías hacia o desde la Europa centro-norte se van a desviar ¡hasta Algeciras! para luego chuparse 3.000 km de tren para llegar a Berlín, digamos.

Al final el problema no es el dinero, es la sensación que se extiende de que no se nos quiere ni un poquito. Es así de sencillo. El president Pujol dijo en su día que para él España era “una realidad entrañable.”  El president Maragall fue aplaudido cuando dijo en Valladolid: “No nos vamos porque no queremos, pero sobre todo porque os queremos.” ¿Hay alguien que nos quiera a nosotros?

No sé si esto servirá para entender algo. Creo que he cumplido razonablemente mi propósito de ser objetivo y explicarlo tal como yo lo veo. Y espero que no quede la menor duda de que todo lo que he escrito, me refiero a los datos, es cierto. Y de otra cosa: soy capaz de entender todo esto, de comprender a quienes han llegado, a partir de todo esto, a la conclusión de que la única solución es la independencia, aunque personalmente lo último quiero es que llegue esa independencia, y si al final llega desde luego nada ni nadie conseguirá que yo crea que Aragón es el extranjero ni que deje de sentirme comprometido con España. Los tontos se preguntan cada día por la viabilidad económica de una España sin Cataluña y una Cataluña sin España y hablan de ello sin ningún conocimiento e inventándose los datos según conviene a sus creencias (cosa diferente son los expertos que desde uno y otro lado están analizando la cuestión con rigor). Bien libre es cada quién de mantener su miopía. Para mí el verdadero problema es la viabilidad afectiva, porque creo que la mayoría de los catalanes amamos a España, tenemos un vínculo afectivo con ella, y lo que ha llevado a todo esto es, entre otras cosas pero sobre todo, la sensación de que los que han obtenido el monopolio de la idea de España no nos quieren nada a nosotros.

2 comentarios:

  1. Alumno que posiblemente catee el martes :)26 de enero de 2013, 19:18

    me ha parecido un articulo soberbio, de verdad, para quitarse el sombrero, enhorabuena.

    ResponderEliminar
  2. ¡Yo de mayor quiero ser como tú!

    ResponderEliminar