Desde muy
pequeño me enseñaron, y quienes lo hicieron eran cualquier cosa menos unos
peligrosos rojoseparatistas, que la mayor riqueza de España era su diversidad,
y que España había sido grande cuando sin violentar esa diversidad se había
lanzado a una tarea histórica de alcance mundial. Que quizás fue una
casualidad, no lo sé, pero en términos de siglos XV, XVI y XVII, desde luego,
era lo más grande que se podía hacer. Y lo podía haber hecho Portugal, o
Francia, o Inglaterra, pero mira por dónde, las cosas van como van, le tocó a
España hacerlo y no lo hizo nada mal, aunque como en toda obra humana hubo
luces y sombras. Nunca he creído en esencialismos, cuando alguien habla de la
esencia de lo español, o de lo catalán, o de lo moluqueño, se me escapa la risa
floja. Tampoco me interesan nada los nacionalismos, sean de naciones grandes o
de naciones pequeñas, reconocidas o sin reconocer. De hecho, me han preguntado
muchas veces si creo que Cataluña es una nación, y mi respuesta siempre es:
“define nación”. Porque este es un concepto muy peculiar, que vale lo mismo
para un roto que para un descosido. Cuando Cervantes escribía que un personaje
era “sevillano de nación” seguramente no quería decir lo mismo que cuando
Tierno Galván empezó el Preámbulo de la Constitución con la expresión “La
nación española”, y ninguno de los dos quería decir lo mismo que cuando Pujol,
o quien sea, dice “Cataluña es una nación”.
Los tiempos son los que son, y ante un término tan ambiguo a uno
sólo se le ocurre eso, “define nación”. Y mira, ya que estamos, tengo la
convicción firme de que existe la nación española, en un sentido de realidad
histórica, cultural, social y política, pero tampoco me cuesta nada aceptar que
esa nación española, que lo es, tiene que ser la integración armoniosa de
muchas realidades históricas, culturales, sociales y políticas, algunas de las
cuáles también pueden sentirse a sí mismas como naciones. De todas maneras esto
me interesa más bien poco, por no decir nada, porque con la idea de nación pasa
como con las banderas: puede usarse para unir o para dividir. Puede decirse que
Cataluña es una nación para expresar que no es España y puede decirse que sólo
existe la nación española para que se enteren estos catalanes, coño, que ya
está bien. Y claro, o al menos claro para mí, si el término nación se tiene que
interpretar en el sentido excluyente y beligerante en el que hoy se emplea, por
mí que lo borren del diccionario. Paso.
A mí lo que me pone son las patrias. Porque para ser patriota de
una patria no necesitas renunciar a ser patriota de otras patrias. Una patria
no es afirmar lo que soy frente a los demás, sino afirmar lo que soy con y para
los demás. Mi patria empieza en la mujer con la que me gusta despertarme, sus
hijos y los míos. Luego hay unos padres, unos hermanos, unos sobrinos: más
patria. También están los amigos de aquí y de allá, con amistades nacidas de
diferentes maneras, ninguna igual que otra, ninguna mejor que otra: patria
también. Y los vecinos de nuestros pueblos. Y los de otros lugares por los que
hemos ido pasando a lo largo de la vida, y que nos han hecho sentir que su casa
era nuestra casa. Me gusta mucho la palabra inglesa para patria: homeland,
la tierra que es mi hogar. Una patria es cualquier conjunto de personas con las
que quiero tener algún tipo de compromiso, en cada caso el que sea. Puedo
sentir como patria la humanidad, Europa, España, cualquiera de sus pueblos,
Cataluña, mi pueblo, mi barrio. O aquel París en el que pasé tres meses de mi
vida, o ese Pirineo al que he vuelto 30 años después y en el que pienso
quedarme, unos ratos a este lado de la raya y otros al otro lado. Creo que el
patriotismo, a diferencia del nacionalismo, es un sentimiento que no se agota
por mucho que consumas. Y es que el patriotismo, para mí, es una forma de amor.
Y aunque hay nacionalistas que son patriotas, también hay patriotas que no son
nacionalistas y nacionalistas que no son patriotas.
Soy español por nacimiento, soy español por sentimiento y soy
español por convicción. Otro accidente, claro, pero es lo que hay. Si hubiera
nacido en otro sitio seguramente mi sentimiento y mi convicción serían otros,
pero son los que son. He nacido en un sitio que se llama España, pero en cuyas
monedas de hace apenas dos siglos a los reyes se les definía como Hispaniarum
Rex, rey de las Españas. Encuentro que eran bastante más listos que
nosotros, sabían que no había una España sino muchas. Porque parte de lo que
nos está pasando es que parece que hay quien está empeñado en que sólo se puede
ser español de una manera; hay también quien, como no se siente español,
aprovecha la simpleza del otro para decir que si no le dejan ser español de una
manera diferente prefiere dejar de serlo; pero donde yo escribo hay cada vez
más gente que siempre se ha sentido cómoda en su identidad española pero
empieza a dejar de estarlo, por una razón tan sencilla como esta: sentirse, con
razón o sin ella, pero con sus razones, tratados con injusticia por el mero
hecho de vivir en una determinada parte de España.
Lo del 11 de septiembre en Barcelona es que se han juntado el
hambre con las ganas de comer. O dicho de otra manera: que unos hechos que son
rigurosamente ciertos, y que sólo desde la ignorancia o la mentira consciente
se pueden negar, han sido aprovechados por algunos para regar su plantita. Y
como la gente empieza a estar hasta las narices de muchas cosas, se monta el
cirio. Los hechos son hechos, lo que puede cambiar es la valoración que cada
uno haga de ellos, o incluso las conclusiones que saque y la acción
subsiguiente.
Hace unas semanas una persona de otro lugar de España me decía
lamentándose: “fíjate, hemos estado una semana de vacaciones en Cataluña y
hemos tenido que pagar en las autopistas”, y yo le contesté: “qué suerte
tienes, tú las pagas una semana al año y yo en cambio las pago todos los días.”
No se le había ocurrido. Le parecía lo más normal del mundo que donde vive
tenga autopistas mejores que las de aquí sin pagarlas (bueno, las paga con sus
impuestos, pero también con los míos, y es verdad que se llaman autovías, pero
son mejores que las autopistas de pago de aquí, en general), y le parecía fatal
tener que pagar las autopistas de Cataluña (ya sé que hay peajes en otros
sitios de España, me ciño al caso real y concreto), pero no le parecía mal que
yo pague las de aquí todos los días sin su ayuda y que también todos los días
le ayude a pagar las que él usa sin pagarlas.
El 1 de agosto subieron los peajes de las autopistas. Resulta que
tenían una subvención estatal del 10% para que no fueran tan caras. El gobierno
central ha suprimido esa subvención por falta de recursos. Pero mantiene la
subvención del 100% (son gratis, ¿no?; pero tienen costes de mantenimiento,
¿no? Pues eso es una subvención del 100%) para el resto de autopistas, las que
llamamos autovías. Así que cada vez que voy de Barcelona a Lérida (o de
Zaragoza, Sevilla, Valencia, Burgos… a Madrid), por una autovía del Estado
tengo una subvención del 100%, pero cuando cojo una autopista privada no me
pueden subvencionar el 10%. Y encima los que sólo las usan de vez en cuando se
me quejan a mí, que las uso cada día. Mientras tanto el Estado se quedará las
quebradas autopistas radiales de Madrid pagando una burrada para cubrir unas
pérdidas que solo un inútil no podía prever. Jodó.
Hace unas semanas o así el presidente de Extremadura, que es una
tierra que quiero de verdad, dijo la siguiente sandez: “Cataluña pide,
Extremadura paga.” Pues no. Y además usted no puede alegar ignorancia, porque
no es un jornalero, es el presidente de Extremadura. Usted sabe perfectamente
que su Comunidad recibe del Estado central una financiación neta por habitante
alrededor de los 2.200 euros al año, y sabe que el conjunto de los contribuyentes
de Cataluña hacen una aportación neta por habitante de 1.600 euros al año, de
la que sale en parte lo que usted administra. Me parece fenomenal y de justicia
que así sea, porque yo quiero que los ciudadanos de su Comunidad tengan, en
promedio, el mismo nivel de vida que los de la mía, y si para eso hay que
aportar, se aporta. Pero usted, al decir eso, ha hecho dos cosas que están
fatal: mentir a sus ciudadanos, que no saben que una parte de su calidad de
vida se la pagamos entre todos, y sembrar en ellos esa manía a los catalanes
que al parecer tanto rendimiento electoral produce, tristemente.
Luego el ministro de Hacienda presentó en el Congreso el proyecto
de ley del fondo de disponibilidad, o como se llame. Previamente, preparación
artillera, con la impagable colaboración de la mierda de prensa que padecemos:
“Cataluña (y Valencia, y no sé cuántas más) pide el rescate.” Y el ministro:
“Si Cataluña quiere el rescate tendrá que portarse bien” (esta no es literal,
pero a Montoro se le entiende todo, menos cuando habla de Hacienda). ¿Y qué
regula esa ley maravillosa que presentó Montoro? Fácil: cómo va a prestar el
Estado a las Comunidades Autónomas un dinero que les debe desde hace dos años.
A todas, ¿eh? no sólo a Cataluña. Así que yo te debo un pastón y lo que voy a
hacer, en vez de pagarte lo que te debo, es ¡prestártelo! Las Comunidades que
acudan al fondo pagarán intereses por recibir en préstamo un dinero que el
Estado les debe desde hace dos años. El mes que viene cuando me llegue el recibo
de la hipoteca voy a ver si cuela: iré a mi banco y les propondré que en vez de
pagarles lo que les debo se lo presto y ellos me pagan intereses. Sospecho que
no va a poder ser, pero por probar…
De todo el gasto del Estado central, hacia el 65% son pensiones y
desempleo, es decir, prestaciones sobre las que el margen de decisión política
a corto plazo es escaso. Si se descuenta este gasto, las Comunidades gestionan
alrededor del 55% del gasto público. Lógico, porque son las que prestan los
servicios más costosos y universales: sanidad, educación y asistencia social,
que también son los que con más dureza están sufriendo los recortes. Hay que
reducir el déficit público: vaaaale, supongamos que sí. Negociando con Bruselas
se consigue que la cifra para este año sea un 1% mayor de la fijada. Tenemos
que recortar 10.000 millones menos, qué alivio. ¿Cómo nos repartimos esos
10.000 millones de pequeño desahogo que nos han concedido? Sencillo: todo para
el Estado central. Algo me hace pensar que esta decisión no es, ¿cómo decirlo?,
un ejemplo de equidad.
Luego está eso de la lengua. Lo que le explicaba un cardenal a
Juan Pablo II cuando en su primer viaje a España quiso visitar Montserrat por
aquello de la Virgen Negra. “Los catalanes son una gente que vive al pie de los
Pirineos, hablan raro y usan un extraño gorro rojo.” Con dos cojones,
Eminencia. O eso otro tan gracioso de que cuando un político catalán,
preguntado en Cataluña y en catalán, responde en catalán, suele haber alguien a
quien le molesta, y cuando aparecen en la tele los subtítulos le llaman “el
karaoke”. Por cierto, sería de interés preguntarse por qué se puede aprender el
catalán en 60 universidades de Alemania pero sólo en 4 universidades españolas
que no estén en Cataluña, la Comunidad Valenciana o las Islas Baleares. O por
qué cuando en un acto oficial se interpreta el himno de Andalucía o el de
Valencia o el de Galicia la gente se emociona (yo también, los encuentro
preciosos los tres) y cuando se interpreta el de Cataluña siempre hay alguien que
tuerce el morro.
Nuestra Constitución dice (más o menos, no me apetece buscar la
cita exacta) que la diversidad lingüística de España es una riqueza de todos
que hay que proteger, pero parece que todavía queda gente que no entiende eso,
ni que en los territorios con dos lenguas es una exigencia de igualdad que
todos los niños aprendan las dos: hay idiotas que lo plantean como una
imposición y enfrente hay idiotas que lo ven como una imposición, pero la
verdad es que es, repito, un imperativo de igualdad de oportunidades. Son
demasiados los que no comprenden, aquí y allí, que el catalán no es la lengua
de los catalanes, sino una lengua de todos los españoles que usamos sobre todo
los catalanes pero que, insisto, es de todos. Y esta cerrazón no es patrimonio
de la derecha, no: amigos míos muy progres no ocultan su irritación cuando
algún amigo común pone en su facebook una frase tipo “jo penso que és una bona idea”,
de inmediato, desabrido, aparece algo como “en castellano, para que lo
entendamos todos.” ¿De verdad es tan difícil intuir que significa “yo pienso
que es una buena idea”? Hombre, supongo que no es tan fácil saber que el
tomillo se llama farigola, pero apuesto a
que si un amigo inglés escribe “I
think that it’s a good idea” nadie exige con malos modos una
traducción.
Hay quien piensa que toda la movida esta de la independencia es
por un asunto económico. Hace casi 80 años un político español al que
difícilmente se podría considerar separatista dijo algo así: “El pueblo catalán
es un pueblo profundamente sentimental.” También dijo que insultar a Cataluña
era insultar a España, pero muchos de los que se dicen seguidores suyos
seguramente se saltaron esa página. A mí esto del dinero me da una pereza
tremenda. De verdad. Y a la mayoría de aquí también. No es por dinero: es por
saber que mientras aquí estamos con un ajuste brutal porque no hay dinero para
nada hay Comunidades en las que la ortodoncia es gratis. Por ejemplo. Hasta
hace cuatro días, por decir algo, muy poca gente negaba aquí el principio de
solidaridad: ganas más, aportas más. Pero ese principio no es el que se nos
aplica, sino este otro: ganas más, aportas más y recibes menos. El déficit
fiscal, que es un concepto técnico, se ha venido usando como argumento de
negociación, pero nunca antes con el objetivo de reducirlo a cero. No hay
ningún país del mundo con organización descentralizada en el que un territorio
tenga un saldo negativo neto del 14% del PIB (como Baleares) o del 8%
(Cataluña), ni como el que tienen Madrid o Valencia, aunque el caso de Madrid
es aparte. Simplemente no lo hay y ya está, no es una opinión, es un dato
contrastable. En general en Cataluña nunca se había pedido aportar menos, sólo
se pedía recibir lo que tocaba. Los impuestos recaudados en Cataluña son el 22%
del total, la población es el 16% y el gasto del Estado en Cataluña el 12%.
Casi nadie pedía el retorno del 22%, pero es difícil entender que a un niño de
la Comunidad X el gobierno le compre un lápiz y a mi hijo el mismo gobierno le
compre medio lápiz. O que territorios que son receptores netos de fondos acaben
teniendo una renta disponible per cápita más alta que los territorios de donde
proceden los fondos que reciben.
Pero puestos a no entender, no se entiende que varios artículos
del Estatuto de Cataluña sean recurridos al Constitucional y que la traducción
literal de esos artículos que figura en el Estatuto de Andalucía no sea
recurrida. O que no se permita que en el mismo Estatuto aparezca de ninguna
manera, ni siquiera atenuada (podría haberse aludido al hecho cultural, por
ejemplo), la referencia a un sentimiento que muchísimos catalanes comparten, y
es que Cataluña, en cierto sentido, es una nación, lo cual, además, para nadie
quería decir que no existe la nación española ni que Cataluña no forma parte de
ella. (He escrito para nadie, y lo sostengo así: cuando se debatía el Estatuto
el líder de ERC, a la sazón Joan Puigcercós, declaró lo siguiente: “podríamos
empezar a hablar de que existe una nación con minúscula que forma parte de una
Nación con mayúscula.” Puigcercós, sí; ese Puigcercós, claro.)
Podría hablar también de cosas tan incomprensibles como que una
parte de los archivos de la Generalitat, que fue en su día y es hoy una
institución del Estado, sigan estando en un Archivo en Salamanca bajo el
concepto de “botín de guerra”. Duele, duele mucho. O de los 40 millones que no
se tienen para hacer una vía de tren entre la nueva terminal de mercancías del
puerto y la terrible línea de mercancías de que se dispone (vía única en un
recorrido que tiene dos tercios de toda la actividad económica de España, casi
nada), pero sí hay 4.000 y pico para un AVE a Galicia que será una máquina de
perder dinero y un desastre para aquella tierra amada. O el disparate ese de
priorizar el corredor central frente al del Mediterráneo, bajo el increíble
supuesto de que los barcos que atracan o parten de Rotterdam para traer o
llevar mercancías hacia o desde la Europa centro-norte se van a desviar ¡hasta
Algeciras! para luego chuparse 3.000 km de tren para llegar a Berlín, digamos.
Al final el problema no es el dinero, es la sensación que se
extiende de que no se nos quiere ni un poquito. Es así de sencillo. El
president Pujol dijo en su día que para él España era “una realidad
entrañable.” El president Maragall fue aplaudido cuando dijo en
Valladolid: “No nos vamos porque no queremos, pero sobre todo porque os
queremos.” ¿Hay alguien que nos quiera a nosotros?
No sé si esto servirá para entender algo. Creo que he cumplido
razonablemente mi propósito de ser objetivo y explicarlo tal como yo lo veo. Y
espero que no quede la menor duda de que todo lo que he escrito, me refiero a
los datos, es cierto. Y de otra cosa: soy capaz de entender todo esto, de
comprender a quienes han llegado, a partir de todo esto, a la conclusión de que
la única solución es la independencia, aunque personalmente lo último quiero es
que llegue esa independencia, y si al final llega desde luego nada ni nadie
conseguirá que yo crea que Aragón es el extranjero ni que deje de sentirme
comprometido con España. Los tontos se preguntan cada día por la viabilidad
económica de una España sin Cataluña y una Cataluña sin España y hablan de ello
sin ningún conocimiento e inventándose los datos según conviene a sus creencias
(cosa diferente son los expertos que desde uno y otro lado están analizando la
cuestión con rigor). Bien libre es cada quién de mantener su miopía. Para mí el
verdadero problema es la viabilidad afectiva, porque creo que la mayoría de los
catalanes amamos a España, tenemos un vínculo afectivo con ella, y lo que ha
llevado a todo esto es, entre otras cosas pero sobre todo, la sensación de que
los que han obtenido el monopolio de la idea de España no nos quieren nada a
nosotros.
me ha parecido un articulo soberbio, de verdad, para quitarse el sombrero, enhorabuena.
ResponderEliminar¡Yo de mayor quiero ser como tú!
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