miércoles, 24 de febrero de 2010

Imbéciles (2)

Que nadie se preocupe que tengo para repartir a diestro y siniestro, o mejor a todos los siniestros. Ya se sabe, el número de los tontos es infinito, dice la Biblia. Pero debe de ser un infinito de aquellos de función exponencial, que según recuerdo eran mucho más infinitos que los de las funciones aritméticas.

Imagínese el lector un pueblito de unos 6000 habitantes metido entre montañas. Uno de esos pueblos deliciosos que la orografía catalana permite, en medio de un valle, donde los vecinos se conocen y se saludan por la calle y la segunda vez que entras a comprar a una tienda ya te dicen eso de "ya pagarás otro día". En verano hace fresquito por la noche, jersey de lana y una manta, y en invierno por todas partes huele a humo de chimenea. Los concejales han ido juntos al cole, y aunque no se cortan a la hora de defender sus posiciones siempre impera un buen rollo envidiable, puedes parar al alcalde cuando sale de comprar el pan y contarle un problema de alcantarillado y la señora con la que coincidiste en la cola del CAP te pregunta tres días después si ya se le ha pasado la tos al pequeñajo.

De pronto algo pasa. Un grupo de vecinos, llevados de una marea que parece incontenible gracias a que entre todos les hemos convertido en unos hombrecitos de la leche, quieren organizar su pseudo-referéndum independentista y ya las cosas empiezan a ser diferentes. Llevados de toda su mejor intención -aceptemos la hipótesis de que querer romper algo pueda tener un fondo de origen bondadoso- montan todo el cirio: coordinadora, escrito al ayuntamiento, apoyo casi unánime (a ver quién es el guapo que se atreve a decir que no), cartas a los comercios, petición de apoyo a las entidades...

Y ya no somos tan amigos ¿sabes? Es que no sólo se han adherido los partidos que comparten ese impulso centrífugo. No. Se ha adherido el club de básquet, y el de fútbol, y el de sardanas, y el de teatro, y la filatelia, y los montañeros, y los buscadores de setas, y los cazadores de jabalíes, y si les dan dos semanas más se incorporan hasta los bares. Así que en ese pueblo, que se sepa, para jugar a baloncesto y a fútbol, subir al escenario o actuar o bailar en el paseo, coleccionar sellos, subir al monte o salir por "rovellons" o "senglars" es necesario formar parte de una entidad que se ha declarado políticamente independentista (y algunas de ellas con cosas antológicas como hablar del Estado "pseudo-democrático", que ya son cataplines, digo yo).

En las entidades culturales donde una junta medio sensata ha dicho "esto no va con nosotros" se ha armado la de Cristo Padre, y me cuentan que hasta el colegio público, ¡atención, señoras y señores! estuvo a punto de sumarse a la parranda, que ya sería lo último. Porque, esa es otra, se supone que la encuesta -vamos a llamar las cosas por su nombre de una buena vez- es "por el derecho a decidir". Pero a los que acudan a esa insuperable burla a las urnas a ser encuestados no les preguntan si les gustaría que se pudiera decidir, sino abiertamente si desean la independencia de Cataluña. Y personas que nunca han manifestado la menor veleidad en ese sentido acuden a ser vistos a los actos y aseguran que irán el domingo a ser encuestados. No vaya a ser que aparezcan sus nombres en pintadas con forma de diana.

La Constitución de la Segunda República definía España como una República de trabajadores de todas las clases. Se equivocaron sus señorías: lo que es España es un país donde se presta atención a toda suerte de imbéciles.

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