Este miércoles, en la tertulia quincenal que comparto en la COM Ràdio con Gonzalo Bernardos, el director del programa, Jordi Duran, nos pidió, como era de esperar, nuestra opinión sobre el proceso de fusión de Caixa Catalunya, Caixa Girona y Caixa Tarragona, que oficialmente se puso en marcha el martes por la tarde pero del que todos estábamos hablando desde el regreso del verano.
El sector financiero no es cualquier cosa. A diferencia de la mayoría de los sectores económicos, por muchas barbaridades que hagan los gestores de la banca y las finanzas en general no se puede permitir que el sector se colapse. No es como los vendedores de piruletas o chuches en general, o los sopladores de vidrio o qué sé yo. No. Si un sector que produce bienes y servicios reales se va a hacer gárgaras, pues mala suerte: al INEM los que les toque esa negra lotería, a liquidación las empresas, benedicat vos Deus patres omnipotens y tal dia farà un any. Cuando en el mercado hagan falta esos bienes alguien se dedicará a importarlos o producirlos y en algún momento los planes de los consumidores y los de los productores casarán, y aquí no ha pasado nada.
Eso no ocurre con la banca. El sistema financiero es como el lubricante de un motor. Si te olvidas de llenar el depósito de gasolina puedes quedarte tirado en carretera; pero si te olvidas de rellenar el del aceite puedes quedarte sin coche para siempre. El sector financiero convierte el ahorro de los consumidores en capital disponible para los inversores, sean estos empresas, consumidores o el Estado en cualquiera de las múltiples versiones de él que disfrutamos. Esa financiación es la que permite superar el desajuste que prácticamente siempre existe entre el momento en que necesitamos dinero para una operación y la disponibilidad de nuestros propios fondos. Cuando compramos una casa, por ejemplo, necesitamos el dinero ya; el préstamo permite cambiar ese dinero que me dan en el presente por otro dinero que yo iré pagando en el futuro. Naturalmente el tipo de interés es el precio que pagamos por disponer hoy de un dinero que iremos ganando durante los próximos 30 años.
En una economía moderna como la nuestra la mayor parte de nuestras operaciones económicas no se hacen con dinero en efectivo, sino mediante recursos financieros. Hay un anuncio bonito en la tele y la radio que nos invita a guardar el dinero de bolsillo para las cosas importantes, como dejar algo en el sombrero de un grupo de personas que animan un parque con una música preciosa. Para lo demás, dinero financiero. En estas condiciones todo funciona básicamente a partir de la confianza. Todos nos fiamos: los que dejamos nuestros ahorros en un banco o caja, los que aceptan cobrarnos una comida pasando un trozo de plástico por un datáfono o que paguemos la entrada de un coche con un cheque al portador. Confiamos en que la entidad financiera responderá, y gracias a eso la economía puede funcionar con muchísima más agilidad que si todas las compraventas se tuvieran que hacer entregando físicamente una cantidad de dinero. Además los costes de transacción son muy inferiores.
Por eso ningún gobierno serio puede permitir que la banca se venga abajo por muchas tropelías que se hayan cometido, incluso por insoportablemente indecente que nos parezca que el consejero delegado de un banco pille una pensioncilla de 3 millones de euros al año o que el conjunto de los planes de pensiones de los directivos bancarios acumule 500 millones. Si alguien ha metido mano en la caja, si alguien ha estafado o cometido alguna irregularidad, unos atentos caballeros y damas que suelen llevar un uniforme verde y un extraño sombrero negro acharolado se presentarán en su casa y con amabilidad pero sin la menor duda acerca de sus intenciones se lo llevarán detenido. Pero sea cual sea el volumen de sus desmanes allá iremos todos con los millones de mortadelos que haga falta a sanear, reequilibrar balances y lo que sea preciso, porque no hacerlo supondría la ruina de nuestra economía.
Así pues, que nadie se sorprenda de que los poderes públicos faciliten financiación para el saneamiento de las cajas fusionadas. En este caso concreto, 1500 millones de euros, que por si alguien lo ha olvidado serían el equivalente a un cuarto de billón (con B de burrada) de nuestras viejas pesetas. O sea, una pasta gansa, y la cosa no ha hecho más que empezar. Decía el miércoles Narcís Serra, presidente de Caixa Catalunya, que no debía verse la fusión como una absorción encubierta. Tiene razón: se parece más a esas operaciones de apuntalamiento en las que cuando un gran edificio corre peligro de venirse abajo se construyen a su alrededor otros edificios más pequeños para reforzarlo. ¡A nadie se le ocurriría decir que es el edificio grande el que da soporte a los pequeños!
Si se fusionan es porque nadie pierde y al menos uno gana. El reparto de cuotas de poder indica que no es que el pez grande se coma a los peces chicos, sino que necesita como el aire apoyarse en ellos para que no se lo lleve la corriente. Luego entre todos rellenaremos el agujero con la cantidad de hermosos billetes de esos que llaman “bin laden”, ya sabéis, todo el mundo habla de ellos pero sólo se ven por la tele. La pelea vendrá, como siempre en las cajas, con la Obra Social, que es el instrumento que los políticos tienen para hacer sus cositas en el territorio del que dependen sin echar mano de fondos públicos. Pero esa ya es otra historia.
UNA MALDAD: Se insiste tanto en la territorialidad identitaria de las cajas que no deja de hacer gracia que una importante caja de una zona del norte de España con un bellísimo pero muy difícil idioma propio esté intentando hacerse con la primera caja que fue intervenida por el Banco de España desde que empezó esta crisis. En el Quijote hay un personaje que grita: “¡Viscaino estoy”. En un chiste en el que uno presume de que los bilbaínos somos tal y somos cual, cuando el otro le recuerda que es natural de Santurce (o Santurtzi), el primero responde: “Los de Bilbao nacemos donde queremos”. Se podría decir: “los de Bilbao tenemos cajas donde queremos”. Tanto llorar la desvasquización (cierta) del BBVA y ahora el PNV queriendo quedarse la caja de ahorros de un lugar de cuyo nombre es muy fácil acordarse.
viernes, 16 de octubre de 2009
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