jueves, 7 de febrero de 2019

EL RETORNO A LOS VALORES DE LA SOCIALDEMOCRACIA


Hace unos meses Borja Barragué y Gonzalo López publicaron un a mi juicio excelente artículo [http://agendapublica.elperiodico.com/la-socialdemocracia-los-faltan/] en el que planteaban algunas de las cuestiones que tiene que abordar la socialdemocracia para recuperar las posiciones políticas perdidas en las últimas décadas. Sin ánimo de polemizar sino, muy al contrario, de avanzar por la senda que ellos trazaron, me propongo plantear algunas cuestiones relativas a la importancia que tendrá recuperar los valores de la socialdemocracia para afrontar el desafío de volver a ser la principal opción política en los países más desarrollados. Los valores proporcionan una pauta permanente para la interpretación de la realidad, son la base de un concepto de la persona y la sociedad y, como consecuencia, determinan los fines que orientan las políticas que se van a llevar a cabo.

En este sentido, sigue siendo útil la intuición de Hirschman [en Retóricas de la intransigencia, FCE, 1991] de que en todas las etapas históricas han coexistido una tendencia a mantener el statu quo y otra con voluntad de modificarlo en el sentido de mejorar la vida de aquellos que están peor. Para los primeros, sigue Hirschman identificándolos con la definición clásica de la derecha a título meramente descriptivo, es mejor dejarlo todo igual porque los cambios implican la aparición de efectos diferentes a los perseguidos (tesis de la perversidad), carecen de efecto alguno (tesis de la futilidad) o ponen en peligro las conquistas anteriores (tesis del riesgo). La izquierda, por el contrario, tiende a poner más énfasis en los beneficios derivados del cambio que en sus posibles costes.

El 2 de enero de 1999 el malogrado Ernest Lluch describió en una página lo que para él significaba el socialismo. Ese manuscrito, caligrafiado en catalán con letra limpia y pulcra [ver original en http://www.fcampalans.cat/arxiu/uploads/manuscrits/pdf/lluch_00.pdf], dice así (la traducción es mía):

“El socialismo es llevar la máxima libertad, la máxima igualdad y la máxima fraternidad posibles a las personas que viven en sociedad. Para conseguirlo no basta con políticas públicas, sino que también hace falta que paralelamente cambien la moral y la ética de las personas. Hemos de cambiar las cosas pero hemos de cambiar a las personas. Pienso que hemos de hacer nuestros los valores del cristianismo primitivo y del cristianismo humanista. Hemos de incorporar los valores del compañerismo de los trabajadores en sus puestos de trabajo y en su organización autónoma. La ética del trabajo y de la tarea bien hecha nos han de vertebrar. Colectivamente hemos de afanarnos para que desaparezcan los flagelos y las causas de la desigualdad: el miedo a la enfermedad sin asistencia o a la vejez sin recursos, el no poder estudiar si se tienen condiciones y ganas. Queremos también que la formación de las personas permita disfrutar del ocio de una manera creativa y enriquecedora. Hemos de hacer esto mirando hacia lo que tenemos más cerca, pero también al conjunto de un planeta que queremos conservar, para que la inmensa mayoría pueda vivir en él en condiciones de libertad, que es un fin en sí misma.”

Libertad, igualdad, fraternidad. Estas tres palabras, que en su día cambiaron el mundo, siguen definiendo cualquier ideal de progreso y se implican mutuamente. Pero el nexo entre ellas, el clavillo del abanico, es la igualdad, consecuencia y causa a la vez de la libertad y la fraternidad. Lo que define las opciones de progreso es la lucha contra la desigualdad: respecto a los derechos individuales elementales estuvo en el origen de la revolución francesa, respecto a los derechos políticos dio en las transformaciones democráticas de mediados del siglo XIX y respecto a los derechos socioeconómicos hizo surgir el Estado de bienestar tras la Segunda Guerra Mundial. Ninguno de esos cambios significó haber llegado al final de ningún camino, porque la socialdemocracia, sin dejar de lado otros fines, persigue un nuevo orden económico y social basado en la libertad, la justicia, la solidaridad y la mutua obligación derivada de ella, la democracia representativa y la economía de mercado. Y por lo tanto debe, en cada momento histórico, imaginar nuevas propuestas que desarrollen esos valores a partir de la idea de igualdad.

En 1949, en su célebre conferencia “Citizenship and Social Class” [versión castellana en https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/760109.pdf], Thomas H. Marshall identificó la igualdad con la plena ciudadanía: son ciudadanos los que son iguales con respecto a una misma tabla de derechos, que clasificó en civiles, políticos y sociales, y profundizar en la igualdad ante ellos debe ser el fin que defina la socialdemocracia. Más recientemente Offer y Söderberg, en su brillante ensayo sobre el papel del premio Nobel en Economía en la promoción del liberalismo económico [https://press.princeton.edu/titles/10841.html], han definido la socialdemocracia como la prolongación natural de la Ilustración. Por decirlo con palabras de Milanovic [http://glineq.blogspot.com.es/2016/10/will-social-democracy-return-review-of.html], “de la igualdad ante Dios a la igualdad ante la ley, a la igualdad entre hombres y mujeres, a la igualdad entre razas, a la igualdad de derechos entre los ciudadanos.” Dado que todos pasamos a lo largo de nuestras vidas por períodos en los que dependemos de los ingresos de otros (infancia, maternidad, enfermedad, desempleo, vejez…), la propuesta de la socialdemocracia consiste en poner en común esos períodos de dependencia a través del Estado, único ente que llega a todos, que puede forzar la participación de todos y que lo hace, además, a través de mecanismos de decisión democráticos.

Pero hoy en día el cambio tecnológico genera nuevas desigualdades en el acceso a la información y el conocimiento, y hay que definir una cuarta oleada de derechos, que no da por superadas las anteriores oleadas sino que las amplía, y concretar políticas que promuevan la igualdad con respecto a esos nuevos derechos. Por su parte, el evidente deterioro del medio ambiente exige asumir el compromiso de legar a las generaciones venideras un planeta como mínimo en las mismas condiciones que lo recibimos, no sólo desde el punto de vista de la disponibilidad de los recursos naturales necesarios para la vida humana, sino también desde el de la preservación de los espacios naturales para su disfrute lúdico y estético:  es una solidaridad no hacia nuestros mayores, sino hacia nuestros hijos. Finalmente, la creciente automatización de las actividades productivas va a implicar consecuencias todavía desconocidas en el mundo de las relaciones laborales para las que la socialdemocracia ha de tener respuesta.

En definitiva, se trata de que el mayor número posible de personas vivan dentro de los estándares normales de la vida en sociedad, porque eso es lo que caracteriza la ciudadanía -y quienes quedan fuera de ella son, por tanto, los excluidos-, y utilizar la singularidad del Estado con ese fin. De ahí que en mi opinión siga vigente la afirmación del manifiesto de Eisenach (1869): “Es misión del Estado hacer participar a una fracción cada vez más numerosa del pueblo en todos los bienes de la civilización.” Siguiendo a Doyal y Gough [Teoría de las necesidades humanas, Icaria-FUHEM, 1994], el ideal que se persigue es la plena satisfacción de las necesidades humanas, es decir, crear las condiciones para que todos tengamos las mismas oportunidades de satisfacer autónomamente nuestras necesidades, y establecer los mecanismos de compensación adecuados para el caso de que haya quien, a pesar de esa igualdad de oportunidades, no lo consiga. El vector que dirige la acción de la socialdemocracia tiene que ser redistribuir, en dos sentidos: por una parte reducir las desigualdades, y por otra hacerlo adoptando una concepción al estilo del principio de la diferencia de Rawls [Teoría de la justicia, FCE, 1971], es decir, poniendo especial atención, en cada ámbito, en aquellos que estén en peor situación de partida.

En el ámbito de los derechos civiles, redistribuir es eliminar cualquier trato desigual en función de características personales que no sean limitantes por su propia naturaleza, tales como el sexo, la orientación sexual, la etnia, el origen, la nacionalidad o las creencias religiosas. La socialdemocracia tiene que ser feminista y defender el reconocimiento pleno de la diversidad sexual, así como de todas las formas de familia. También es tarea la socialdemocracia favorecer la equiparación de derechos de los ciudadanos procedentes de otros lugares y, por supuesto, garantizar el más amplio respeto a la libertad religiosa. Una segunda cuestión que la socialdemocracia tendrá que afrontar es la participación en la vida social de las personas con minusvalía intelectual -uso la palabra minusvalía en su sentido original: limitación para poder valerse por sí mismo-, ya sea congénita o sobrevenida. La respuesta es cualquier cosa menos evidente y se puede plantear como mínimo desde dos enfoques diferentes: dar por supuesta la plenitud de derechos y definir las causas limitativas del ejercicio de tales derechos o, alternativamente, establecer por definición la limitación de derechos y fijar las condiciones para poder acceder a ellos.

Uno de los mayores retos de la socialdemocracia es la profundización de la participación de los ciudadanos en los asuntos colectivos: redistribuir el poder político partiendo del supuesto de que si hay quien carece de él es probablemente porque también hay otros que lo tienen en exceso. En sus orígenes la socialdemocracia se debatió entre la pulsión revolucionaria y la razón reformista. La polémica entre Kautsky y Bernstein a principios del siglo XX contraponía dos visiones de la democracia política: para el primero era sólo uno más entre los medios posibles para alcanzar el socialismo, mientras que el segundo la entendía como un fin en sí misma porque la consideraba una extensión de la idea de igualdad. Desde 1989 la declaración de principios de la Internacional Socialista contiene la afirmación de que una democracia más perfecta es a la vez el marco y el fin del socialismo.

Ahora bien, ¿qué es una democracia más perfecta? Apuntaré algunas ideas relativas al caso español y a los problemas que casi cuatro décadas de democracia han ido revelando. Empiezo diciendo que la de nuestro sistema democrático es la historia de un éxito. Nuestra democracia satisface con amplitud los requisitos de la poliarquía descrita por Dahl [en La poliarquía. Participación y oposición, Tecnos, 1989]: nadie que no haya sido elegido por nosotros toma decisiones en nuestro nombre, todos podemos optar a esos puestos y elegir a quienes los ocupan, hay pluralismo político, libertades de expresión y de prensa y elecciones periódicas con consecuencias preestablecidas, y la separación de poderes permite el control del funcionamiento de las instituciones. Sin embargo, cuestiones como la crisis de la democracia representativa, la distribución territorial del poder o el descrédito de las instituciones exigen respuestas en la línea de explorar posibles vías para una mayor participación directa de los ciudadanos en determinados ámbitos y decisiones, la apertura del proceso hacia la solución federal, la mejora de la selección de determinados cargos institucionales y la instauración de mecanismos de transparencia y exigencia de responsabilidades para recuperar la confianza de los ciudadanos en la política. También ayudarán, en el mismo sentido, reformas institucionales y administrativas que reduzcan los costes de gestión del Estado, liberando recursos para la redistribución y haciendo más visibles los resultados del esfuerzo fiscal de la ciudadanía.

Finalmente, en el terreno socioeconómico la Economía nos enseña sin duda posible que con carácter general los mercados competitivos son la mejor forma de maximizar los niveles de producción, empleo y renta. Pero también nos enseña que a veces los mercados fallan, sea porque no se dan las condiciones para la competencia, sea porque les pedimos que hagan cosas que no saben hacer. Si queremos redistribuir oportunidades y renta es necesaria una intervención activa e intencionada del Estado en la economía para asegurar una competencia real y efectiva cuando sea posible, regular los mercados cuando sea necesario, proveer bienes públicos y sociales y promocionar un acceso menos desigual a otros como la vivienda y la cultura.

Nuevos tiempos plantean nuevos problemas que exigen nuevas soluciones. La Gran Recesión ha creado formas de pobreza olvidadas, como la pobreza laboral, que tenderán a perpetuarse si no se les pone freno porque son insensibles a las tradicionales políticas de igualdad de oportunidades. De ahí la necesidad de activar nuevos instrumentos de redistribución primaria [Lindbeck, Desigualdad y política redistributiva, Oikos-Tau, 1975], profundizando en las políticas de igualdad de oportunidades, y abrir camino a las políticas de predistribución, como las llama Hacker [http://www.policy-network.net/pno_detail.aspx?ID=3998&title=The+institutional+foundations+of+middle-class+democracy] para compensar las desventajas de los sectores sociales menos favorecidos y las debilidades que hagan al mercado más propenso a generar desigualdad. [Dos buenas introducciones a este concepto son las de Barragué, https://www.eldiario.es/agendapublica/impacto_social/Igualitarismo-predistributivo-hace_0_367814154.html, o Noguera, https://blogs.elpais.com/alternativas/2015/07/predistribuci%C3%B3n-de-qu%C3%A9-hablamos-y-por-qu%C3%A9.html]

La socialdemocracia debe imaginar y perfeccionar instrumentos como alguna modalidad de renta mínima, así como reformas laborales que combinen la necesaria flexibilidad con una razonable seguridad y la recuperación de la importancia de los sindicatos en la vida laboral, y reformas fiscales que permitan generar ingresos fiscales a partir de nuevas fuentes de creación de riqueza. Y tiene que empezar a atreverse a ahondar en la línea marcada por Atkinson [Inequality: What can be done, Harvard UP, 2015]: aunque la igualdad de oportunidades sigue siendo un argumento nuclear, en un futuro que me parece inmediato habrá que empezar a perseguir objetivos relacionados con la igualdad de resultados.